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1.

Si sabía hacer bien las cosas empezarían a ser un problema cuando él lo permitiese, no antes. Les había mantenido con vida el tiempo suficiente como para que su palabra significase algo. Tarde o temprano llegaría un momento en el que eso dejase de ser importante, pero no hoy. Lor no se atrevería a desafiarle sin una buena razón de peso, por mucho que ella le presionase sin pausa. No era fácil, pero tenerlo controlado lo relajaba al mismo tiempo que encendía algunas alarmas en el futuro, fuera lo que fuese que eso significase. El futuro podía ser desangrarse mañana tiroteados por un cole, pero no era capaz de convencerse a sí mismo de preocuparse tampoco por eso. Sólo había una cosa que le aterrorizase más que la muerte, y no era un motín precisamente. Al final, y era consciente de ello, sería lo que tendría que ser.

Habían acabado de hacer los agujeros justo antes de otra patrulla, se metieron dentro y esperaron a que pasaran. La luz se había convertido en una bendición y en un problema al mismo tiempo. Era más fácil encontrar recursos, desde luego, pero hasta hace no demasiado no tenían que esperar a oír los coleópteros, sólo tenían que estar atentos a los focos. Aquello era ya otra vida de la que a veces era difícil acordarse. Sonia, intranquila, suspiró. La acarició mecánicamente.

--Venga, Johan, ¿cuántos necesitamos realmente para atravesar la puerta? --le dijo Lor en cuanto el peligro pasó y salieron.
--Hemos hablado de eso muchas veces. No somos los suficientes.
--Bueno, pues quizá habría que hacer algo para acelerarlo.

Sabía exactamente a qué se refería.

--Vivimos en cierta paz y armonía, ¿no te parece, Lor?

Lor soltó una carcajada.

--Pues claro, ¿no es esa la idea? Somos un buen grupo.
--¿Cuánto crees que duraría eso si obligásemos a los demás a unírsenos?
--Joder, Johan. Pero esto es diferente. Ella misma se encargó del tipo, agarrarles hubiera sido un juego de niños.
--¿Y después, cuando él despertase?
--Para eso estamos los demás. No iba a poder hacer mucho contra veinte.
--En eso te equivocas. Por poco que hiciera sería mucho.

Sabía de lo que hablaba. No era su primer grupo. Ni siquiera era el segundo. Había visto lo fácil que era que uno se deshiciese. Y, a diferencia de todos los demás, él ya había atravesado la puerta antes.

No le preocupaba hacer crecer al grupo. Tampoco le preocupaba la puerta. Lo que le quitaba el sueño era lo que había después. Cuanto más consiguiera mantener la ilusión y retrasar el paso mejor sería para todos.

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