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3.

Me dijo que era mejor no llevarlo todo de golpe. Les interesa comprar, pero si llevas mucho es más barato robarte que pagar. Me pregunté cuánto era mucho. Se lo pregunté a ella y me respondió que esas cosas siempre se saben. Le pregunté después qué les impedía seguirnos a la vuelta y saquearnos. Me dijo que nada podía hacerlo, pero que preferían que siguieras llevando cosas, de otro modo tendrían que hacerlo ellos mismos. Lo importante, me dijo, es que piensen que eres una fuente fiable. Al rato añadió que no necesitan matarnos, que de eso ya nos ocupamos nosotros mismos. Su gesto dejó claro que era un reproche. Dijo también que entre matarnos y dejarnos marchar ilesos había muchos puntos intermedios. Era un aviso, pero al mismo tiempo seguía siendo un reproche. Parecía asustada. Le dije que no tenía que preocuparse. Ella me respondió que al contrario, que era yo el que tenía que preocuparme un poco más. Que todo puede torcerse de un momento para el siguiente y cuando quieres darte cuenta ya no tienes que preocuparte por nada más. Asentí y seguí caminando.

El portón era una exclusa pequeña en un lateral del vertedero. Cuando llegamos no había nadie más que tres tipos, uno sentado en una mesa plegable y los otros dos a su lado, de pie, armados con cuchillos. El tipo de la mesa nos habló directamente.

--Colocadlo --dijo después de sorberse la nariz.

Fuimos sacando cosas de las mochilas hasta que quedaron vacías. No pareció interesarse por nada en concreto.

--Tres de agua --dijo.
--No es suficiente, Mander --dijo ella--. Ese no es el precio ni de la mitad.
--Por ser tú y por todo lo que me has traído antes puedo darte cinco, Ara, pero tendría que considerar dos de ellas como un préstamo a fondo perdido.
--No sé qué es eso.
--Uno que cuando lo presto sé que no voy a recuperarlo nunca.
--Por circuitos como estos --dijo señalando a la mesa-- nunca me he llevado menos de ocho.
--Quizá me equivoqué entonces, no sé. Quizá tenía un mal día. Puedo ofrecerte seis. No más si quiero evitar que estos --dijo señalando a los otros dos-- me degüellen por generoso.
--Seis serán entonces.

Atravesó la exclusa y volvió con nuestras botellas. Administrándonos bien no tendríamos que volver en una buena temporada. Quizá quince días ahí arriba, aunque aquí abajo no era fácil contarlos.

Al menos sabía que se llamaba Ara. Eso valía ya de sobra el viaje.

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